Antes de que Alan cumpliera dos años, mi esposo fue quien comenzó a notar que algo no estaba bien. Yo, como mamá, no quería comparar ni escuchar. Tenía experiencia como maestra de educación especial, había trabajado con niños dentro del espectro… pero en mi corazón no quería considerar esa posibilidad.

Esperamos por Alan diez largos años. Mi embarazo no fue fácil; llegar a él fue un camino de tratamientos de fertilidad, intentos fallidos y mucha fe. Finalmente, Alan llegó a nuestras vidas después de un segundo intento de fertilización in vitro, llenándonos de ilusión. Por eso, cuando mi esposo empezó a mostrarme señales que él veía, me costó aceptar esa mirada. Pero sus palabras me hicieron reflexionar y, aunque en el fondo él también deseaba que no fuera nada, fue quien me ayudó a dar el primer paso para buscar respuestas.

A los 1 año y 4 meses, después de preguntas, evaluaciones y visitas con un neuropediatra, llegó el diagnóstico: Alan estaba dentro del espectro autista. No solo nos lo confirmaron, sino que nos dijeron que seguirían más pruebas para determinar el nivel.